El Vampiro

Capitulo IV

Un poco de viento soplaba en una necrópolis de Suprema Londres. El cementerio estaba ya muy viejo, la mayoría de las tumbas estaban destruidas por el paso de los años; los árboles que estaban ahí se encontraban sin hojas y secos; un panteón olvidado era ahora. Y los muertos que descansaban en él estarían reducidos a polvo, nadie se acercaba a ese lugar, solo los insectos y las alimañas hacían sus nidos para habitarlo. Pero esa noche alguien merodeaba en él. Tan solo su sombra hacía huir a las ratas que roían entre las tumbas. Esa sombra proyectaba a un ser humano envuelto en una enorme capa. Era un vampiro; pero un vampiro herido, cansado e incapaz de utilizar su poder. Sus pasos eran lentos, y arrastraba uno de sus pies levantando el polvo suelto de la necrópolis. Llegó hasta una enorme tumba en donde su epitafio decía: “Aquí yace Nicolas Sacia quien vivió para ayudar al prójimo”.                                                                
Se detuvo justo frente a ella y después de haberla observado se sentó de golpe ahí. Su rostro mostraba desesperación, su semblante tristeza y soledad. Esa cara que mostraba bastantes años; arrugada por la edad; con un cabello negro como cuervo pero encanecido exageradamente en las sienes y en el mechón de la frente. Con su mano izquierda arañaba el sepulcro; hubiera deseado hacerlo con las dos, pero solo tenía un brazo, el otro se lo habían cercenado.
-Aquí me enterraron por primera vez- murmuró.
Su voz estaba demacrada por la tristeza. Estaba cansado ya de su vida nocturna; estaba hastiado de seguir huyendo de los humanos, ahora se encontraba manco y ya no podía soportarlo. Pensó entonces que sería el momento indicado para descansar en paz.
Su mente viajó entonces al pasado, en donde él era un ser humano; una persona amada y respetada por toda la ciudad. Recordó cuando ayudaba a la gente humilde a seguir adelante ofreciéndoles trabajo y sustento.
Memorizó lo mucho que amaba a su esposa y viceversa; sin olvidar cuando ella estaba encinta y juntos esperaban a su primer hijo, el primogénito que siempre habían deseado; el bebé que él jamás conocería; el vástago que siempre extrañó y quiso tener alguna vez en sus brazos. Todo eso fue interrumpido por su trágico suceso. Caminaba tranquilamente por las calles de la urbe sin temor a ser atacado por nadie, pues todos lo estimaban. Pero entonces sucedió lo imprevisto; detrás de unos enormes árboles salió velozmente un sujeto vestido con unos harapos tapándole el paso. Ambos se quedaron inmóviles, mirándose a los ojos, sólo que los del sujeto desconocido brillaban como estrellas en el espacio; los cuales lo dejaron engarrotado, y solo pudo ver como ese ser se le acercaba lentamente para después morderlo en el cuello. Las fuerzas se le iban agotando cada vez más, sintiendo como la abominable criatura lo sujetaba fuertemente con sus asquerosas manos. Después perdió el conocimiento y todo fue oscuridad. No supo cuanto tiempo estaría inconsciente, pero al abrir los ojos solo miró la negrura en la que se encontraba; inmediatamente palpó a su alrededor y se dio cuenta en el lugar en donde se encontraba: un ataúd; estaba sepultado. Se incorporó de ese sitio y pudo salir con facilidad, a pesar de que la tierra le estorbaba para hacerlo. La luna estaba más hermosa que nunca; miró al cielo y observó las estrellas; los ojos del sujeto aquél le vinieron a la mente casi al instante; sabía lo que pasó aquella noche, se dio cuenta de que había sido atacado por un vampiro. Entonces una duda atacó su subconsciente; ¿sería él un vampiro? o  ¿acaso estaría vivo  y lo sepultaron por error? Temía pensar en ello, pero luego se enteraría de la verdad.
Fue cuando un vagabundo pasaba a ochenta metros aproximadamente de ahí en ese momento. Era un viejo barbón y desaliñado con ropa apestosa; podía olerlo desde esa distancia; podía sentir su respiración tan cerca de él; podía escuchar el latido de su corazón y ver como su sangre corría por sus venas. Podía saborear esa sangre; tenía hambre de ella; tenía la boca llena de saliva y escurriendo por las comisuras; supo entonces lo que era y no le importaba; sólo le interesaba comer en ese instante. Así que corrió hacia aquel hombre hediondo lo más rápido posible fijando su vista en la yugular. El hombre no se percató de nada en absoluto, hasta que sintió que le era mordido el cuello; pero ya estaba inmovilizado y no podía hacer nada.
Recordó lo sabrosa que había sido la sangre, lo poderoso que lo hizo sentirse, lo mucho que la disfrutó al probarla.
Dejó sus recuerdos entonces,  y una sonrisa escapó de sus labios mostrando sus incisivos. Tocó luego en la herida que tenía en el lugar donde debería estar su brazo y apretó su puño con furia y coraje.
Volvió a recordar otra vez el pasado; aquellos tiempos en que su hambre de sangre lo hizo matar a cuanta persona se le atravesaba en su camino; el momento en que descubrió sus poderes con el paso de los años; evocó cuando pudo volar por primera vez; cuando por fin pudo hipnotizar con su mirada, cuando se transformó en un enorme quiróptero en una noche de luna llena; y también vinieron a su mente los recuerdos que siempre detestó, como cuando el sol le  hizo daño por primera vez, obligándolo a usar capa para casos de emergencia. Todo eso hizo al vampiro cambiar en su forma de pensar. Ahora era más sabio.
Se recostó en su tumba y se puso a meditar. Un brazo miserable no le iba a quitar las ganas de vivir; sabía que podía vivir sin él; fue entonces cuando el hambre se apoderó de su quijada y comenzó a echar saliva por su boca, escurriendo ésta desde sus colmillos al abrirla.
Unos pasos lo hicieron ponerse alerta en ese instante. Alguien había llegado al cementerio. El vampiro sabía de quienes se trataban; pudo escuchar con claridad los murmullos de tres voces que se acercaban. Sus ojos rojos se enfurecieron y el odio los encendió; por culpa de ese trío estaba débil y sin su brazo derecho. Así que no le quedaba otra cosa que hacer más que escapar de ellos, buscar alimento y así reponer las fuerzas perdidas.
Un enorme salto del vampiro se notó en contraste con la luna; Ray y Wilson pudieron mirarlo al mismo tiempo que Stephen. Y los tres cargaron sus armas y dispararon hacia las catacumbas, destruyendo unas y descascarando otras. El polvo invadió el sitio y los cazadores corrieron hacia el lugar, quedando Wilson un poco atrás de ellos, no podía correr mucho debido a sus costillas rotas.
-Estén alertas, compañeros- gritó Stephen, mientras se colaban entre el espeso polvo.
Los tres entonces, se pusieron de espaldas contra los demás formando un triángulo de ataque; pero el ser de la noche había escapado.
El vampiro Nicolas Sacia  corría por los viejos vecindarios cerca del lugar tapándose la herida con su única mano. Buscaba un refugio, debía descansar; ya habría tiempo de encontrar una víctima para recuperarse, ahora sólo le interesaba esconderse. Su rostro mostró un gesto de satisfacción mientras corría, al parecer había encontrado una guarida.

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